El naufragio más trágico en la historia del Río de la Plata.

Al visitar la Fortaleza General Artigas que corona el Cerro de Montevideo, en una de las más importantes salas se puede apreciar un estandarte de guerra allí exhibido donde se aprecia un guerrero medieval portando un grampón de gules(estandarte) que luce el nombre «Campo Mayor».

El mismo perteneció a una unidad española llamada Regimiento La Albuera, que sentó plaza en el Apostadero de Montevideo y debió enfrentar a las fuerzas y las aspiraciones juntistas de Buenos Aires a partir de 1810.

José Gervasio Artigas, oficial formado en el Cuerpo de Blandengues de Montevideo, luego de haberse plegado a las fuerzas revolucionarias, llevó la lucha hasta  las murallas mismas de Montevideo, y luego de la victoria en la Batalla de Las Piedras, las fuerzas orientales y bonaerenses iniciaron el sitio de la ciudad el 21 de mayo, estableciendo su cuartel general en el Cerrito.

En julio de 1811 la noticia de la invasión portuguesa atravesando el río Yaguarón llegaron a los sitiadores; vientos de guerra se avecinaban.

Mientras tanto  la guarnición de Montevideo sufría los avatares de la guerra local pero con la mirada puesta en los acontecimientos que se sucedían en España, donde las fuerzas de Napoleón Bonaparte habían invadido ese país e iban por Portugal.

TRÁGICA COINCIDENCIA.

El 18 de mayo de 1811 los vecinos de Montevideo supieron que en las cercanías de Las Piedras las armas revolucionarias acorralaban y derrotaban a las fuerzas  leales a la regencia española, obligándolas a encerrarse entre las murallas de Montevideo.

Para los vecinos del extremeño pueblo español de La Albuera, las circunstancias eran similares, la guerra golpeaba sus puertas, y el día 16 de mayo, españoles, ingleses y portugueses aliados se enfrentaban encarnizadamente a las fuerzas francesas.

El Primer Batallón La Albuera sufrió numerosas bajas entre muertos y heridos, pero logró recomponerse e incrementar su fuerza, creándose en abril de 1812 el Segundo Batallón de Infantería.

La situación de España era por demás complicada, ya que debía sostener la guerra en su propio suelo y además reestablecer la calma en sus colonias americanas. Para ello las autoridades de la regencia concibieron enviar a Perú una fuerza capaz de equilibrar las acciones militares en estas latitudes.

Debido a los acontecimientos en el Río de la Plata, donde el foco revolucionario se incrementaba, se decidió desviar el derrotero planeado para el Batallón La Albuera y dirigirlo hacia Montevideo, a los efectos de reforzar la plaza fuerte.

SALVADOR, UN NAVÍO TRÁGICO.

Bajo el alias de El Triunfo, el navío comercial Salvador, una fragata mercante artillada capitaneada por don José Álvarez, partió del puerto de Cádiz el 14 de mayo de 1812.

El navío calaba 22 pies ( siete metros aproximadamente) y su eslora era de unos 40 metros; estaba acondicionado para transportar el contingente militar y soportar las inclemencias del tiempo durante el cruce del Océano Atlántico.

La fuerza embarcada se componía de 500 soldados del Regimiento de Infantería La Albuera, y 40 dragones ( soldados de caballería), a los que se les sumaba la tripulación del navío: siete oficiales mayores, tres pilotos, diez oficiales, 66 marineros, y unos diez civiles.

Acorde a lo documentado por el contador del navío, se habían embarcado 110 cajones con pertrechos varios para apoyo de la expedición.

Comandaban la fuerza militar don Ignacio La Rusy y el coronel de los Reales Ejércitos don Jerónimo Galeano, quienes hicieron estibar el equipo militar previsto para la fuerza que venía en apoyo de Montevideo.

Fusiles de avancarga, cañones, pólvora, municiones, piedras de chispa, elementos de zapa y culebrinas componían la carga principal, sumados a los elementos básicos para enfrentar el duro viaje desde España.

EL SALVADOR NAVEGA LAS AGUAS DEL RÍO DE LA PLATA. 

Luego de 107 días de navegación divisaron el perfil de la Sierra de las Ánimas, y al mismo tiempo se produjo una repentina virazón del viento, casi como una trágica premonición. 

A la altura de la Isla de Lobos abordaron el navío Martín Pascual, quien ofició de práctico, y el capitán interino del puerto de Maldonado, don Antonio de Acosta y Lara, juntamente con el alférez José Inchamty.

El 30 de agosto el Salvador se encontraba a unos cinco kilómetros al sureste de la Isla de Gorriti, y las condiciones de navegabilidad rumbo a Montevideo eran favorables ya que el viento soplaba desde el sureste, y si bien había encrespado de olas el río, permitía navegar en buena forma hasta el destino.

Don José Álvarez trató de entrar al puerto de Maldonado por la boca chica ( entre la Isla Gorriti y Punta del Este), pero debido a demoras en la maniobra se continuó más al oeste, hasta la altura de Punta Ballena.

Luego de pasar la noche expuestos a las inclemencias del viento, amaneció el día 31 de agosto de 1812 mostrando la clara evidencia de haberse corrido el navío durante la noche arrastrando su ancla (garreado), encontrándose aun más alejados de la costa.

Con la intención de ponerse a cubierto del fuerte vendaval proveniente del sur, trataron de quedar protegidos colocándose entre la Isla Gorriti y la costa. 

Acosta y Lara partió entonces en busca de ayuda para la sufrida embarcación. Este hecho fortuito lo convirtió en uno de los principales testigos de la tragedia que se avecinaba.

Al caer la tarde, el barco,  a merced del fuerte oleaje, se aproximó peligrosamente a la costa, ya que sus 22 pies de calado hacían necesarias aguas más profundas.

Un primer golpe estremeció a la tripulación y a la soldadesca, la quilla del navío había tocado fondo. Sin embargo lograron zafar de esta difícil situación y se ordenó fondear anclas. La noche cayó rápidamente en el gélido invierno austral, y entonces un segundo ruido caló de horror a los desesperados navegantes. El imponente navío había varado inesperadamente sobre el fondo arenoso, e inmediatamente se inclinó hacia estribor.

Con el Salvador herido de muerte, su capitán ordenó echar abajo los mástiles para desarbolar la estructura de las velas y de esa manera ofrecer menos resistencia al viento.

Habiendo quedado a la suerte de Dios, la confusión el desorden y el desaliento se confundían con los pedidos de auxilio y las plegarias. Desde la costa sólo se escuchaban los chirridos del navío y unos cañonazos como pedidos desesperados de ayuda.

El Salvador de las pretensiones regencistas  en América hacía agua, y con él se despedazaban las ilusiones de recuperar los enclaves militares hispanos. Medio millar de almas perecieron en las aguas del río color león. Viejos combatientes de las guerras napoleónicas embarcados para combatir a los rebeldes de las pampas murieron a tan sólo 300 metros de la costa.

Licenciado- Marcelo Díaz Buschiazzo.

Almanaque 2013 BSE.

Guper.

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