En la serenidad de sus 87 años, Ana Durán, la mujer de los mil consejos, quien lleva 30 años compartiendo consejos sobre limpieza, cocina, economía doméstica, irradia una fuerza y una calidez que inspira a quienes tienen el privilegio de conocerla. Para ella la vejez no es un peso que cargar, sino una etapa de la vida que se vive con determinación, fe y gratitud. «Me siento vieja cuando me levanto y me duele la cintura, pero enseguida enciendo el motor y pienso que hoy va a ser mejor que ayer». Estas palabras resumen la esencia misma de su filosofía de vida: nunca perder la esperanza y encontrar la belleza en cada nuevo día.
Criada en una familia donde el amor y la fortaleza eran los pilares fundamentales, aprendió desde muy joven el valor del trabajo, la fe y la resiliencia. «Uno cree estar preparado para envejecer, pero siempre hay sorpresas», reflexionó y agregó: «Envejecer no es fácil, pero solo uno puede lograr que sea lo mejor posible». La pérdida de seres queridos, incluyendo a su hermana en un accidente y a su hija María Inés, no quebró su esencia, sino que la fortaleció. «Para mí fueron claves mis padres y su ejemplo. Su amor y su fe fueron mi guía en los momentos más difíciles», afirmó con convicción. «El dolor físico de la falta de un hijo es todo el tiempo. Es lo que te toca, a todo el mundo le tocan cosas, pero también tenemos muchas posibilidades de ser felices», sostuvo.
Crear una vida con calidez de hogar.
A lo largo de su vida, Ana resaltó su dedicación a su familia, su vocación por el hogar y su pasión por enseñar son solo algunas de las cualidades que la han convertido en un modelo a seguir. Su carrera en el mundo de la cocina, la economía doméstica y el hogar, son testimonios de su pasión y dedicación a lo que ella considera su pilar: su familia. Desde sus primeros días en el Instituto Crandon, hasta su participación en programas de televisión en Uruguay, el exterior y la publicación de varios libros. Para Ana, la influencia de su familia, especialmente de las mujeres que la precedieron, es un pilar fundamental en su identidad y logros. Reconoce con gratitud el legado que ha recibido y el impacto que ha tenido su trayectoria. Desde su juventud sintió una clara vocación para el servicio y supo que su misión iba a estar relacionada a acompañar el hogar. «Quería acompañar a las madres y abuelas en su rol de amas de casa, y por qué no, a padres y abuelos. Con el objetivo de reforzar y defender los valores familiares, como pilar fundamental de nuestras vidas, enseñando a demostrar afecto y amor en cada acción cotidiana», explicó.
El movimiento contra la angustia.
Pero más allá de sus logros profesionales, se define a sí misma como una mujer simple, que encuentra la felicidad en las cosas simples de la vida. «Yo amo Uruguay, nací en Argentina, pero amo Uruguay, aprendí a quererlo», confiesa. «La gente es hermosa».
Para Ana, el amor propio y el no querer dejar las cosas por la mitad son los motores que la impulsan cada día. «Lo que he hecho, lo he hecho con ganas, me enamoro de la vida, de la rutina, aunque duela, le pongo esfuerzo», asegura.
A pesar de los desafíos y las pérdidas, ha mantenido su fe inquebrantable y la capacidad para encontrar la belleza en cada nuevo día. «Haber seguido adelante es fundamental cuando la tristeza te inunda», afirma. «Mi forma de seguir fue con fe, poniéndome metas, metas cortas, para seguir sintiéndome activa». Su espíritu activo y optimista es contagioso. «Yo me muevo, me muevo muchísimo», asegura. «Con los años, intento moverme más, estar activa. Es parte de mí disfrutar de la vida, mantener mi cabeza lúcida».
A pesar de las adversidades, destacó que no ha perdido su capacidad de amar y reír. «Haber seguido adelante es fundamental cuando la tristeza te inunda», afirma. «Para mí, la fortaleza viene de la fe, de ponernos metas, de mantenerme activa». Su historia es un recordatorio de que, incluso en los momentos más tristes, el amor, la motivación y la fe, encuentran maneras de dejar ver la belleza de la vida. «Perdimos una hija y dejamos de reírnos, nadie se reía en casa. Al año, con la llegada de mi bisnieta, la casa recuperó la sonrisa. Yo pensé que nunca más nos íbamos a reír. Ahora la casa volvió a ser una alegría», contó emocionada Durán.
El tiempo como motor de cambio.
En la vida de Ana, el tiempo ha sido un aliado para la transformación y la comprensión. En sus propias palabras, » con los años me he puesto más tolerante, no era tan tolerante. Con mis chicas era severa, mis nietos viven otra versión de Ana».
Desde la partida de su hija, María Inés, Ana ha experimentado una redefinición de sus prioridades y perspectivas. La ansiedad y la angustia han encontrado un nuevo matiz en su existencia, enseñándole que «hay batallas que no vale la pena librar», y preocupaciones que pueden ser abandonadas en favor de una salud mental más plena.
Su dedicación a convertir el hogar en su proyecto profesional ha sido un proceso gradual, alimentado por su vocación y el amor hacia aquellos que más aprecia. Para muchos puede resultar curioso el énfasis que pone en la economía doméstica y las tareas hogareñas, pero para ella es la forma más sincera de expresar su amor y afecto hacia su familia y amigos. En cada palabra y acción, demuestra que el verdadero valor de la vida reside en el amor, la dedicación y la aceptación del cambio. Su historia es un testimonio de cómo el paso del tiempo puede convertirnos en versiones más compasivas y sabias de nosotros mismos. A sus 87 años, Ana es mucho más que una figura televisiva o una autora de libros de cocina; es una vida dedicada al servicio de los demás, a la perseverancia y a la creencia inquebrantable en el poder del amor y la familia.
Entrevista; Clara Vaz.
Lic. Sociología/ Lic. Comunicación.
Guper.