Kaspar Hauser sólo era capaz de ingerir pan y agua, había sido mantenido en cautiverio durante toda su infancia sin más contacto con el mundo exterior que el que tenía con su carcelero. Esta historia ha inspirado desde entonces a numerosos autores, científicos y productores de cine. Hasta tal punto que en Ansbach, por ejemplo, se celebran los festivales de Kaspar Hauser a un ritmo de bienal. Por otra parte, la etnología utiliza su nombre en experimentos con animales jóvenes criados sin poder aprender de animales adultos para distinguir entre comportamiento aprendido y comportamiento instintivo. También se conoce como síndrome de Kaspar Hauser el que sufren los niños que crecen sin el afecto paternal o de otras personas. Aquel enigmático caso, del que aún hoy se sigue hablando, ha cobrado actualidad a raíz de la aparición de Natascha Kampusch, la niña austríaca que, como él, pasó su infancia aislada del mundo. Su historia me parece extraordinaria, pero no sólo por su lado perverso, es decir por el hecho terrible de que alguien pueda aislar a una niña de corta edad, mantenerla cautiva tanto tiempo, y posiblemente abusar de ella sexualmente. También lo es por otras razones, derivadas de tan peculiar situación y vinculadas con un interesantísimo dato sobre cómo se comporta un ser humano en situaciones límite y cómo actúa el instinto de supervivencia. Para empezar, hay que decir que resulta evidente que Natascha es una chica de inteligencia fuera de lo común y también muy adulta para sus pocos años. Lo que me intriga y fascina de su historia son otros dos datos a los que no se ha prestado tanta atención. Por un lado, uno que se trasluce de sus declaraciones y que hace sospechar que, al igual que la Lolita de Nabokov, Natascha había logrado invertir el equilibrio de poder entre ella y su captor. Así parece indicarlo el hecho de que, al menos en los últimos años de su cautiverio, no estuviera encerrada como al principio y que las personas con las que ella y Priklopil se relacionaban (ambos iban juntos de viaje y a esquiar, etcétera) señalaran que era Natascha la parte dominante en la pareja. Si interesante es comprobar la forma en que se crean, dentro de una relación tan anormal como la de Natascha y Priklopil, extrañas y contradictorias formas de dependencia y sometimiento, más aún lo es el “síndrome de Kaspar Hauser” que padece la muchacha. Recordemos que tal nombre sirve para denominar la forma de comportarse de niños que crecen lejos de otros niños y del afecto paternal. Siendo así, aparte de las carencias y deficiencias que, evidentemente, ha de tener esta joven, es curioso notar algo muy inesperado en su caso. Natascha, que no ha ido al colegio en todos estos años, que tampoco ha podido recibir una formación muy elevada de su captor, ya que era un hombre sin especiales luces ni intelecto, habla y se expresa no como una adolescente de su edad sino con muchísima más altura intelectual que sus pares. Su dicción es perfecta, su vocabulario infinitamente más rico que el de adolescentes de su edad y su aplomo y madurez muy superior a sus años. ¿Qué indica todo esto de los jóvenes actuales? ¿Es posible que una niña que nunca ha jugado con otros niños, que no ha ido al colegio ni ha recibido formación alguna esté mejor formada que aquellos que sí la han tenido? Tal vez el caso de Natascha tendría que servirnos no solo para llenar las morbosas páginas de revistas de cotilleo sino para hacernos reflexionar sobre otras muchas cosas, como por ejemplo qué educación está recibiendo la juventud.
Carmen Posadas . 2006