Para proponernos una tesis sorprendente : del estudio del comportamiento sexual de tres pueblos primitivos de Nueva Guinea , Margaret Mead deduce que lo que denominamos caracteres masculinos y femeninos no se basa en diferencias fundamentales entre ambos sexos , sino en los condicionamientos culturales que cada sociedad impone.
En 1931 , fui a aquellos parajes para estudiar un problema : «el condicionamiento de las personalidades sociales en ambos sexos «. Confiaba en que una investigación de esta índole arrojaría luz a la cuestión de las diferencias sexuales .Tras dos años de trabajo , comprobé que el material que había recogido arrojaba más luz sobre las diferencias temperamentales , es decir , las diferencias entre las cualidades individuales innatas , con independencia del sexo . Saqué la conclusión de que , mientras no llegáramos a comprender totalmente la forma como una sociedad puede moldear a todos los hombres y mujeres nacidos en su seno , para tan sólo aproximar a unos pocos a su ideal de conducta adecuado , o cómo puede limitar a un solo sexo un ideal de conducta que otra sociedad consigue ,limitar al sexo opuesto , no podríamos hablar con conocimiento de causa acerca de las diferencias sexuales . Descubrí a tres tribus , dentro de un área de un centenar de millas . En una de ellas , tanto hombres como mujeres , se comportaban como consideramos que deben hacerlo las mujeres : con reacciones paternales y amorosas; en la segunda , ambos actuaban como consideramos que deben hacerlo los hombres : educando con brutalidad ; y en la tercera , los hombres se comportaban de acuerdo con el modelo estereotipado que tenemos las mujeres : eran astutos , se rizaban el pelo e iban de compras , mientras las mujeres eran compañeras enérgicas , decididas y no usaban adornos . Yo debía de haber encontrado lo que precisamente estaba buscando . Pero esta errónea interpretación proviene del desconocimiento de lo que significa la antropología , de la apertura mental con que uno debe mirar , escuchar y recopilar , aunque sea con sorpresa y admiración , lo que no hubiese sido capaz de imaginar . Es cierto , que si por cualquier jugarreta del azar (y hubiese podido ser algo muy insignificante : una mera diferencia de opinión de un funcionario local del distrito , un ataque de malaria en otras fechas ), no hubiese elegido ninguna de estas tres tribus y hubiese escogido a otras en su lugar . Estas tres culturas , siguen , las intricadas y sistemáticas , potencialidades de nuestra común naturaleza humana . Estas tres culturas la irradiaban de esta forma particular , y me proporcionaron una gran cantidad de material sobre hasta que punto una cultura puede imponer , a uno o a ambos sexos , un modelo que sólo es apropiado para un segmento de la raza humana . Es difícil hablar sobre dos cosas a la vez : sexo en el sentido de diferencias sexuales desde el punto de vista biológico, y temperamento en el sentido de cualidades individuales innatas . Yo deseaba hablar acerca de cómo cada uno de nosotros pertenece a un sexo y posee un temperamento , un temperamento compartido con otros del propio sexo y otros del sexo opuesto. En nuestra cultura actual , enloquecida por las series de problemas a base de disyuntivas , existe la tendencia a decir : «No puede afirmar las dos cosas a la vez ; si demuestra que otras culturas pueden moldear a hombres y mujeres de formas opuestas a nuestras ideas sobre las diferencias sexuales innatas , no puede afirmar al mismo tiempo que existen diferencias sexuales .» Afortunadamente para la humanidad, no sólo podemos decir dos cosas a la vez , sino muchas más . La humanidad puede comprender los contrastes que subyacen en nuestras diferentes potencialidades temperamentales , las infinitas y variadas formas como la cultura humana puede implantar los modelos de conducta , sean o no congénitos . Las bases biológicas de desarrollo como seres humanos , aunque imponen limitaciones que hay que reconocer honradamente , pueden considerarse como potencialidades que en modo alguno han sido totalmente grabadas por nuestra imaginación humana .
Margaret Mead .
Nueva York , julio 1950.