Malva Marina Reyes nació en 1934, pero su llegada al mundo no fue motivo de alegría para su padre, el célebre poeta Pablo Neruda.
Desde el primer momento, su existencia fue una sombra incómoda para el hombre que escribía sobre el amor con dulzura y pasión.
La niña nació con hidrocefalia, una condición que deformaba su pequeño cuerpo, y su padre, en lugar de abrazarla con ternura, la rechazó con desprecio. No la llamó «hija», ni siquiera por su nombre. Para él, Malva era solo «Punto y coma», «Vampiresa de tres kilos», «Ser ridículo». Su madre, la neerlandesa María Hagenaar Vogelzang, luchó por ella sola, mientras Neruda se alejaba cada vez más, tanto de la niña como de su esposa.
El poeta no dejó versos para Malva. No la mencionó en sus memorias. La borró de su historia como si nunca hubiera existido. Mientras viajaba, recitaba su poesía y era aclamado en los círculos intelectuales, su hija sobrevivía en la pobreza, en la más absoluta soledad.
Murió con apenas ocho años en 1943, en Gouda, Países Bajos. Su madre, con dolor de quien lo ha perdido todo, notificó a Neruda a través del Consulado de Chile. Le pidió que fuera a verla, que al menos en la muerte le ofreciera la despedida que le negó en vida.
El silencio fue su única respuesta.
Malva Marina Reyes fue olvidada por su padre, ignorada por el mundo, pero su historia sigue resonando como un recordatorio de que incluso los poetas más grandes pueden tener las sombras más oscuras.
Fuente- Historia Al
Foto- Viajar- Facebook
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