María Eugenia Vaz Ferreira.

María Eugenia Vaz Ferreira fue una adelantada a su tiempo. 

Muy joven deslumbró en los salones burgueses de su época con una poesía profunda y desenfadada. José Enrique Rodó y Julio Herrera y Reissing reconocieron tempranamente su talento, seguidos por otros intelectuales del Novecientos. También despertó la admiración de Rubén Darío, el hombre que revolucionó la poesía con la creación del modernismo latinoamericano.

Sin embargo, María Eugenia no fue feliz. Su carácter melancólico, su compleja espiritualidad, sus extravagancias y su inclinación por la atmósfera de la noche la impulsaron a aislarse y refugiarse en su arte.

Rechazó siempre las propuestas para publicar su obra, quizás porque ello significaba exponer su convulsionado mundo interior. Su temperamento y su manera de ir por la vida no se amoldaban a los cánones de la época, y la pacata sociedad que la rodeaba la condenó a la incomprensión y el rechazo.

Diego Fischer construye en una novela llamada Sufrir en el silencio, una biografía profunda y conmovedora de una mujer que forma parte de la historia uruguaya, una persona que desafió el destino marcado para cualquier mujer de su época, una rebelde que resistió por mantenerse siendo ella misma.

Pero también hubo dos mujeres que descollaron y sembraron el camino de la poesía femenina más extraordinaria de Uruguay: María Eugenia Vaz Ferreira y Delmira Agustini.  Años más tarde se incorporaría Juana de Ibarbourou  y quedaría conformada la tríada que los críticos y el público unieron para siempre.

Ser mujer y escritora parecía ser incompatible en el Uruguay del Novecientos. También lo debe haber sido en el resto del mundo. Aún así, María Eugenia y Delmira se arriesgaron a transgredir las severas normas sociales y costumbres de su tiempo, y no les importa el costo de su audacia.

María Eugenia, hija de una familia de clase alta, su vida se vio sacudida por la quiebra de los negocios familiares y la partida de su padre, al que nunca volvió a ver. Tenía doce años cuándo esto sucedió, y la huella que le dejó la condicionaría por el resto de su vida. Sus días transcurrieron entonces bajo la asfixiante protección de una madre con recurrentes crisis nerviosas y en la compañía de su hermano Carlos, que ya destacaba por su inteligencia. Rodeada de libros y educada por sus tíos, que le enseñaron a leer y a escribir, a tocar música y a pintar, comenzó a escribir sus poemas en el silencio de la noche y en el sigilo de su habitación. » Te quedarás soltera si haces poesía «, le repetía como un sonsonete la madre. A ella no le importó, tal vez porque nunca estuvo seriamente en sus planes casarse y formar una familia como deseaban las mujeres de su tiempo  y exigía el modelo social.

De sus amores nada se supo, salvo de un fugaz noviazgo acordado por su madre y bien visto por su hermano. Pero basta leer atentamente su poesía y cotejarla con su vida, para darse cuenta de que a la hora de amar fue también una mujer diferente. En sus versos dejó testimonio de ello.

La poesía , la música y la composición de obras teatrales- que llegó a estrenar en el Teatro Solís- llenaron su solitaria y misteriosa vida. Sus poemas, publicados en las revistas más importantes de Montevideo y Buenos Aires, despertaron la admiración de los intelectuales más notables.

Rodó y Herrera y Reissing fueron los primeros en darse cuenta de su talento. Sus extravagancias fueron por varios años, la comidilla de su círculo social. Los grandes poetas exponen el alma en su poesía. Desnudan su mundo interior y expresan con metáforas lo que no pueden o no quieren decir a viva voz. María Eugenia no fue la excepción.

Fragmentos del libro- Sufrir en el silencio por Diego Fischer.

Guper.

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