De Cilicia al Cerro de Montevideo, un viaje de vida.

Seguramente sea ésta la misma historia de muchos inmigrantes; debemos contarla para que no se pierda en la memoria de la gente.

Aram Bedros Nadjarián nació el 6 de febrero de 1906 en Adana, ciudad de Cilicia, una región que antiguamente había pertenecido a los armenios y que en esa época ya estaba(y aún está) bajo dominio turco. Con su hermana Arusiak, que le llevaba cuatro años, eran parte de un próspero hogar. Ambos tenían un medio hermano mayor llamado Artin, de profesión sastre, que al cumplir 18 años habría de enrolarse en la Legión Extranjera cosiendo uniformes para los batallones, para luego irse a vivir solo en Lamaca, Chipre. Su padre, Bedros Nadjarián, viudo de su primera esposa, era propietario de un almacén al por mayor en sociedad con su hermano Hovannes. Funcionaba aquel en un edificio de dos pisos, propiedad de la familia. Abajo estaba el comercio y arriba la vivienda familiar, y era uno de los más grandes en ramos generales de la zona, gozaba de un gran prestigio y ostentaba una gran provisión de mercaderías, muchas de ellas importadas exclusivamente por la firma, que entraban vía marítima por el puerto de Mersin. Se recibían embarques enteros para Nadjarian Hermanos. Esto molestaba a los turcos, que veían como los negocios que más progresaban y crecían eran de los armenios.

Los armenios tenían sus escuelas e iglesias cristianas, pero vivían en un país lleno de mezquitas donde sólo se leía el Corán. Para los musulmanes fanáticos el cristiano estaba catalogado como un ser impuro e infiel. Ya no podían vivir juntos turcos y armenios, se sospechaba que a la primera oportunidad los que eran mayoría expulsarían y exterminarían a la minoría.

Fue así que en 1915 el primer ministro de Turquía, Talaat Pashá, decretó la deportación y masacre del pueblo armenio. Dicha orden sería cumplida de la manera más inhumana y cruel por el Partido de los jóvenes Turcos. Las potencias europeas estaban demasiado ocupadas en la Primera Guerra Mundial, nadie iba a venir a defender a los armenios, y esta oportunidad fue aprovechada por los turcos. Entre 1914 y 1922 se llevó a cabo el plan catalogado como el primer genocidio del siglo XX, posteriormente reconocido por decenas de países. El primero en hacerlo fue Uruguay en 1965.

Así comenzó una verdadera odisea para la familia Nadjarián; al igual que para otros semejantes cristianos, había que escapar de ese infierno, los armenios fueron perseguidos y asesinados. Los países vecinos, como Siria, Líbano, Egipto, a pesar de ser musulmanes albergaban a los desesperados sobrevivientes en campamentos para refugiados  de la Cruz Roja, dónde recibían comida y ayuda humanitaria en forma transitoria.

Aram Nadjarián, con sólo 15 años, junto a su hermana Arusiak de 19 y su madre Gulenia, sobrevivieron a la persecución. Corría el año 1921, habiendo perdido su casa y sus seres queridos, abandonaron espantados la ciudad de Adana con sus pocas pertenencias, cruzaron el Mediterráneo y decidieron ampararse en la isla de Chipre, en la ciudad de Larnaca donde aquel medio hermano tenía una casa. Lugar más que seguro, ya que recientemente había sido decretada colonia británica tras finalizar la Primera Guerra Mundial, donde trataron de recomponerse de toda esa tragedia.

A pesar de la angustia de haberlo perdido todo surgió una esperanza. Una vez leyendo un periódico británico encontraron una suerte de propaganda: un dibujo mostraba a una señora barriendo billetes de un dólar en la vereda de su casa, y abajo una leyenda decía: «Uruguay $ 0,90 cts. = 1 dólar.

América, ¡ qué bella palabra !. Enterado de que otros coterráneos que habían sufrido la misma suerte se trasladaban a estas latitudes, Aram apuntó todas sus fuerzas a cristalizar ese sueño. La única oportunidad debía ser ésa, en un continente donde no había guerra y se respiraba la palabra libertad. Su medio hermano Artin Nadjarián, muy querido por su buen desempeño como servidor en la Legión Extranjera, utilizó todos sus contactos para tramitarles pasaportes, documentación y pasajes, en principio para Aram y su madre Gulenia. No querían arriesgarse totalmente e irían a probar con gran ilusión el afincarse en un mundo nuevo. Quedaba Arusiak, y para dejarla protegida le arreglaron un matrimonio con un armenio llamado Minas Mamprelián.

A fines de 1926 Aram y su madre embarcaron hacia Marsella y luego rumbo a América. Tras 30 días de viaje en tercera clase aparecieron en Río de Janeiro, donde pisaron por primera vez suelo americano el 11 de enero de 1927. Ya en territorio brasileño, Aram trató de abrirse camino intentando establecerse de alguna manera en ese lugar. Lo primero era conseguir un trabajo, cosa muy complicada, los salarios eran miserables, la cantidad de gente compitiendo por un lugar en la sociedad hacía que abundara la mano de obra barata; el calor, el idioma, las costumbres, y lo más doloroso, el sufrimiento que venía arrastrando tras el desmembramiento de su familia, con tan sólo 20 años, hicieron que su intento por progresar en Río de Janeiro se volviera cuesta arriba. Finalmente logró que alguien le tendiera una mano, consiguió empleo en la pequeña  fábrica de cigarrillos artesanales Boghossian, de un armenio que hacía unos años estaba afincado y a quién le iba más o menos bien.

Viviendo de un sueldo y alquilando un cuarto en una pensión de la calle Alfandega número 336, no le alcanzaba para su sustento y el de su madre. Con todo, estuvo un año y un mes luchando en un país muy grande, con mil dificultades. Al enterarse de que su hermana Arusiak y su esposo habían decidido viajar desde Chipre a instalarse en Montevideo, resolvió tomar idéntica iniciativa. Era la mejor manera de reencontrarse con lo poco que había quedado de su familia. Las referencias de Uruguay eran buenas, sólo restaba ver si era cierto todo lo que se decía.

Llegó en febrero de 1928 en el vapor Andes. Ya había armenios que estaban organizados en Montevideo y trataban de ayudar a los que recién llegaban. Al salir de la aduana y hablando su mismo idioma les preguntaban si los esperaba algún familiar aquí  o si tenían algún lugar para dormir. El Estado además ofrecía  dos noches de hotel en El Nacional(Guaraní y Piedras) para los inmigrantes. En la villa Cosmópolis ( hoy barrio del Cerro) la pequeña colectividad armenia había alquilado una casona con varias habitaciones, eran todos muy solidarios, la historia y la desgracia los unían. Como primera norma que cumplir había que salir a trabajar, de lo que fuese: manicero, lustrabotas,, zapatero, peluquero, fotógrafo- con aquellas antiguas máquinas de cajón y trípode al hombro, recorriendo los barrios y yendo a domicilio-. Aram, como era nuevo y no conocía las calles, se puso a vender ballenitas para las camisas, cordones para zapatos, pañuelos y medias en la plaza Independencia, el lugar más transitado de Montevideo. Ese fue su primer trabajo.

A la noche se volvían a juntar en el pequeño refugio. Una porción de lo recaudado se destinaba para comida, otra para reponer mercadería, el resto íntegro y de todos se juntaba y se guardaba en una lata hasta llegar a una cifra importante. Al cabo de un tiempo ese capitalito se le entregaba a uno de los integrantes para que se fuera de la casa y se instalara por cuenta propia: pero tenía que seguir aportando día a día para que no se rompiera la cadena comunitaria hasta que se hubieran ido todos. Y así los que se iban usufructuaban el capital y pasaban a valerse por si mismos; comprometidos y colaborando con sus compañeros, fueron ayudándose hasta que no quedó nadie y dejó de alquilarse aquella casa.

Aram con el dinero acumulado adquirió un caballo de nombre Cautivo y un carro con ruedas grandes, de esos que llamaban «jardineras». Su plan era comprar frutas y verduras en el Mercado Modelo y armar un puesto de venta en el Cerro, al principio en la calle. Era tanta su alegría que le escribió una carta a su hermana diciéndole que se viniera inmediatamente para Uruguay. Le contaba: aquí se puede trabajar, tratan bien a los inmigrantes, el clima es bueno, templado, hay ríos importantes, nunca va a faltar agua, la tierra es fértil, hay muchas posibilidades a las cuales podemos acceder.

Como tocado por una varita mágica, vio en el Cerro un afiche que decía: «El Banco de Seguros del Estado vende 69 solares a cuatro, cinco, seis y ocho pesos por mes! , hasta la terminación del pago. Domingo 4 de marzo en el Cerro. Sin comisión. Seña: dos cuotas. ¡ Sobre la parte más pintoresca y alta de la bahía!. 

El Banco de Seguros del Estado, que no especula en tierras, compró estos terrenos para construir casas económicas. Desistió de esta operación y liquida estos solares en forma conveniente y al alcance de todos. Trata de reembolsar su capital y nada más. A eso se deben las cuotas bajas. Importante ubicación. Sobre el núcleo de población de más vida. Con rápidos medios de conducción para todas partes. Próximos al Mercado, comercios, a la Oficina de Pensiones a la Vejez dependiente del mismo banco, al local de Primeros Auxilios de la Asistencia Pública, al de la Cristóbal Colón….»

En el Cerro había tres frigoríficos, el Swift, el Nacional y el Artigas, había trabajo y los obreros ganaban bien, era la época de la abundancia, los comercios lucían esplendorosos, repletos de mercaderías, y¡ vaya que los había de todos los rubros!, funcionando a pleno. La llamaban Villa Cosmópolis porque había sido hecha por inmigrantes recién llegados, la mayoría muy jóvenes: rusos, yugoslavos, lituanos, griegos, armenios, italianos, españoles, un crisol de colectividades. Muchos pudieron comprar su terreno al Banco de Seguros del Estado de la manera más beneficiosa e hicieron posible el sueño de la casa propia. Así comenzaron, ¡ cómo no estar agradecidos a Uruguay!. 

Aram adquirió el solar 59, de 329 metros cuadrados, en la calle Suecia 1628 entre Egipto y Turquía, en 268 cuotas de cinco pesos por mes. Ayudado por un coterráneo que era carpintero, Meguerdich Kozadjián, presentó un proyecto a la Dirección de Obras Municipales para construir una casilla de madera y techo de zinc. Y en enero de 1930 con mil sacrificios abrió el Almacén Aram. Se sentía apreciado, querido, y lo más importante, respetado por todo el barrio. Un buen día un vecino le regaló un perro parecido a un ovejero. Como era tan malo y ladraba mucho, siempre lo tenía atado. Aram, sin temor a represalia alguna ya que estaba en un país libre, se dio el gusto y le puso Talaat, tratando de ofender a un tristemente célebre personaje que él conocía.

Pero le faltaba algo: quería casarse. Así que Meguerdich, el carpintero que lo había ayudado con la casa, le comentó que tenía una sobrina que al quedar huérfana había huido de Adana y estaba viviendo con unos familiares en Port Saida, en el Líbano. Se cartearon y recibió una foto de la que iba a ser su eterna compañera; le mandó el pasaje y se la trajo a Uruguay. Se casaron en abril de 1930 y tuvieron tres hijos varones, Pedro, Alberto y Luis. En 1941 compró otro terreno en la calle Grecia 3831-35- dos solares en un mismo padrón- y edificó lo que para él fue tocar el cielo con las manos : un edificio de dos pisos todo de material. Abajo, con dos vidrieras a la calle, está el local comercial de 100 metros cuadrados, y arriba su vivienda familiar con balcón hacia la bahía.

Recuperaba así lo que había perdido en su tierra natal. En febrero de 1942 trasladó el almacén al nuevo local y se mudó con su familia a su «palacio real».

Este es mi homenaje al abuelo Aram. Lo perdí cuando apenas tenía 12 años. Nos quedaron muchas cosas por conversar, pero he seguido sus pasos, su rastro y su senda como si estuviera conmigo.

Y al Banco de Seguros del Estado el eterno reconocimiento por haber ayudado a cientos de inmigrantes que pudieron rehacer sus vidas y reconstruir sus sueños en aquella vieja Villa del Cerro.

Mario Nadjarián   – Empresario.

Fuente- Almanaque Banco de Seguros del Estado 2013.

Guper.

 

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