Con atroces sufrimientos, anualmente mueren en el mundo millones de animales víctimas de la experimentación.
Distintas ramas de la ciencia utilizan animales en sus experimentos: las empresas comerciales (cosmética, limpieza, etc.); la industria armamentística; los laboratorios farmacéuticos, las unidades de investigación de los hospitales y la investigación veterinaria. El 99% de estos experimentos en animales son repetitivos y sólo se realizan para justificar becas y patrocinios, o a los efectos de la publicación de un trabajo buscando notoriedad.
Estos experimentadores desprecian los impresionantes bancos de datos que ya existen y gracias a los cuales se hacen innecesarias estas interminables repeticiones de experimentos con animales que en su mayoría no son extrapolables al ser humano y en algunos casos suponen un freno al avance de la ciencia (como sucedió en el caso de la talidomida).Leer los efectos de la Talidomida más abajo .
En otros casos, después de haber sido sacrificados miles de animales, las sustancias experimentadas han de ser retiradas del mercado, como sucede con muchos tipos de fármacos, por sus efectos secundarios en humanos, que han provocado incluso la muerte. Otros científicos realizan experimentos con animales para satisfacer una curiosidad malsana, jugando peligrosamente a ser Dios, como los trasplantes de cabeza realizados en primates por el neurocirujano Robert J. White, de la Case Western Reserve University, en Cleveland, EE.UU. Los primates no sobrevivían más de 96 horas después de salir de la anestesia. Luego vendrían los experimentos en humanos. ¿Es el Dr. Frankenstein sólo un personaje de película?
La sociedad cierra los ojos frente al sufrimiento de estos animales, porque quiere beneficiarse de estos experimentos y no quiere saber en qué consisten o cómo se desarrollan. Al hablar en favor del respeto a los animales y en contra de que se realicen dolorosos experimentos con ellos, puede parecer a algunos que es como si estuviésemos hablando en contra de la especie humana porque, en nombre de la ciencia, y en favor de la salud del hombre, todo queda justificado. Pero, ¿es esto así? La sociedad tiene que saber el costo en sufrimiento que suponen los avances científicos.
Un animal de laboratorio es un ser sano al que se le provoca una enfermedad para ser posteriormente sometido a intervenciones quirúrgicas cruentas para curar, no a él, sino a la enfermedad, con el consiguiente dolor mientras enferma, dolor en el posoperatorio, etc. Y a ese animal sólo le espera morir como víctima del experimento o ser sacrificado porque ha dejado de ser útil. Además, durante la experimentación pasa la vida prisionero en una jaula y sabe perfectamente que, cada vez que lo sacan de ella, es para producirle dolor.
Primates, monos, perros, gatos, caballos, bovinos, cerdos, ovejas, cabras, conejos, hurones, chinchillas, marmotas, zarigüeyas, armadillos, cobayas, hamsters, ratas, gerbillos, y todo tipo de mamíferos, incluso murciélagos, además de aves, anfibios, reptiles y peces, son material utilizado en experimentación con animales.
La industria COSMÉTICA es un ejemplo de la inutilidad del 90% de los experimentos. Espumas de afeitar y dentríficos son introducidos a presión en el estómago de los animales; enormes dosis de depilatorios o colorantes les provocan espantosas úlceras; sustancias irritantes son aplicadas en los ojos de los conejos inmovilizados (test Drize), hasta provocarles ulceraciones. Otras pruebas causan hemorragias, convulsiones y, tras una espantosa agonía, la muerte (DL50).
Los efectos de la Talidomida
Corría el año 1953, una compañía farmacéutica suiza, Ciba, acababa de sintetizar una nueva sustancia cuyas consecuencias jamás imaginaron, la talidomida. Después de un periodo de pruebas extenso, no completaron su desarrollo al no encontrarle efectos farmacológicos apreciables. Sin embargo, otra compañía alemana, Chemie Gruenenthal asumió la responsabilidad de continuar el desarrollo de esta sustancia en 1954.
Según la propia compañía alemana, realizaron experimentos con la talidomida en monos, un paso indispensable para la evaluación del fármaco antes de ser aplicado en el ser humano, y no se encontraron efectos secundarios. Tampoco en conejas, ratas y perras embarazadas a las que se les suministró el medicamento durante varias semanas. Mucho más tarde se descubriría que los animales recibieron la talidomida en un periodo de tiempo equivocado y/o en dosis tan grandes que los fetos habían muerto. En resumidas cuentas, las pruebas se hicieron de forma incorrecta y los resultados se falsearon.
Basándose en estas supuestas “pruebas”, las autoridades alemanas aprobaron la talidomida para humanos. No tenían ninguna razón para rechazarla, pues según los informes todo era normal. Se unía además el hecho de que no fue hasta 1961 cuando se introdujo en Alemania unas leyes específicas sobre el control de fármacos. De esta forma, el paso para la comercialización de la talidomida fue algo bastante sencillo.
Inicialmente se comercializó como un tratamiento para las convulsiones epilépticas, más tarde se demostró que este tratamiento era inefectivo. Después se utilizó en unos ensayos clínicos como un nuevo antihistamínico como tratamiento de la alergia. Tras un tiempo, comprobaron que no tenía efecto alguno. Sin embargo, en cada una de estas pruebas que se realizaron se observó que sí era bastante efectivo como sedante. Al final, tras muchas vueltas, el destino definitivo del fármaco fue para tratar las nauseas, la ansiedad, el insomnio y los vómitos matutinos de las embarazadas. Tres años más tarde, en 1957, la talidomida se convirtió en el medicamento de elección para ayudar a las embarazadas. Su uso se extendió rápidamente al año siguiente y se introdujo en varios países de Europa, África, América y también en Australia.
El furor del nuevo fármaco era evidente, la publicidad no dejaba lugar a dudas “era totalmente seguro para embarazadas” y el éxito de la compañía Chemie Gruenenthal parecía evidente.
Sin embargo, un año antes de que se comercializara internacionalmente (1956), nació el primer niño con las consecuencias de la talidomida. Claro que por aquel entonces no se tenía ninguna sospecha. Aunque las malformaciones son raras, pueden ocurrir sin ninguna causa concreta. No fue hasta cuatro años y medio más tarde de ese suceso aislado cuando un obstetra australiano, William McBride, se dio cuenta de que algo iba mal. Detectó en un plazo muy breve de tiempo, malformaciones casi idénticas en tres bebés recién nacidos. No era normal, anomalías de ese tipo se encuentran unas pocas por cada década, pero no en tres bebés en el mismo tiempo. La frecuencia se salía de lo normal y había una clara evidencia de que había algo más que una causa espontánea.
Lo que aquel obstetra diagnosticó en aquellos bebés fue la focomielia. Una rara enfermedad congénita en la que hay una falta de desarrollo total o parcial de piernas y brazos. Pero también aparecían otras anomalías menos raras en otros recién nacidos, sordera, ceguera, malformaciones internas de los órganos…