Dostoievski era una persona a quien la pobreza y las deudas no lo dejaban respirar, una persona que se enfrentaba a las peores circunstancias y pesadillas: su enfermedad de epilepsia, la muerte de su hija mayor cuando era niña, la muerte de su amado hijo Alyosha cuando era joven, el desprecio de sus familiares, la falta de moral de sus compañeros «escritores», el desprecio del estado por él. Frente a este torrente arrollador y a este mundo despreciable, no tenía más que su sonrisa sincera, sus buenas intenciones, su humanidad y su pluma.